Quienes Somos

Sobre mí, Diego Vera

No busqué el yoga, fue él quien me encontró.

Crecí en una familia cristiana y estudié doce años en un colegio de curas. Aunque siempre fui creyente, la religión tradicional no me llenaba. Mi vida giraba en torno al deporte, al que me dediqué profesionalmente hasta los 30 años (a pesar de que apenas podía tocarme las rodillas , no era nada flexible).

Formé una familia y, desde fuera, todo parecía ir bien. Pero por dentro había una inquietud constante, una sensación de que faltaba algo esencial. Tras un divorcio doloroso, decidí dejarlo todo para buscar respuestas. Ese mismo día terminé en un hospital, con una enfermedad que cambió por completo el rumbo de mi vida.

Pensé que serían unos días, pero se volvió crónica. Y en medio de ese desafío apareció la meditación… y, tiempo después, el yoga.

La experiencia que marcó un antes y un después fue antes de una de las operaciones, perdí el conocimiento y sentí cómo me separaba del cuerpo. No fue agradable, pero con el tiempo comprendí que era parte del camino. Todo empezó a colocarse de otra manera.

Hoy agradezco cada paso.

Y desde ahí nace mi propósito: acompañar a quienes están en su propio viaje interior, con las mismas preguntas, el mismo anhelo de paz, y el deseo profundo de volver a casa.

Sobre mí, Judith

Si miro hacia atrás, lo que siempre estuvo presente fue una sensación de insatisfacción interior y una búsqueda constante. A la vez, algo innato en mí: la capacidad de acompañar a las personas con sensibilidad y presencia.

Desde pequeña sentí pasión por el movimiento y por lo que despertaba en mí al bailar. Estudié arte, exploré distintas disciplinas y aunque vivía con intensidad, no terminaba de sentirme plena. Fue entonces cuando decidí volver a lo esencial: al cuerpo, al movimiento. Comencé en una academia, y con 23 años reuní el valor para entrar al Conservatorio Profesional y Superior. Al mismo tiempo, estudié Educación Social y trabajé durante años acompañando a personas con parálisis cerebral, integrando la danza inclusiva en sus procesos vitales.

Fueron años muy exigentes, duros, llenos de disciplina y también de dolor. Pero ahí comenzó a germinar una raíz. Ahí empecé a conocerme, a confiar en algo más grande, aunque aún no pudiera ponerle nombre.

Con el tiempo llegó el Ashtanga yoga, y con él, el final de esa búsqueda incansable. Todo cobró sentido. Mi recorrido con el cuerpo, la conciencia corporal, el calor, el micro movimiento, la mirada… todo se unió.

Hoy me comparto desde ese lugar: desde la calidez de saber acompañar, desde la experiencia vivida en el cuerpo y en el alma. A través del Pilates, el movimiento, el contacto consciente y el Ashtanga yoga, acompaño a otras personas a conectar con su propia raíz, con su centro.